La huída veloz de Emma sin darme tiempo a reaccionar me había dejado con la tarea pendiente de despedirme al menos. No fue muy complicado averiguar su habitación, pregunté a un par de niños pequeños que estaban encantados de poder ayudar a alguien mayor y que con una gran sonrisa, no tardaron en conducirme a la puerta.
Llamé suavemente, aparte de que los chicos no podíamos estar en el barracón de las chicas, mi prudencia era por si sus compañeras de habitación estaban. Como nadie contestaba abrí la puerta y entré.
Al parecer había vuelto para hacer los deberes y se había quedado dormida. Me asomé a su escritorio y sonreí: Lengua, y encima literatura. No había nada que me gustase en el mundo más que escribir.
Yo ya había terminado aquellos deberes, y es más, me había contenido para que mi redacción no superase el límite de palabras.
Miré a Emma, dormía profundamente, así que me senté en su escritorio, cojí un bolígrafo y en menos de cinco minutos ya había terminado su redacción. Fue sencillo y me quedó bastante bien. Tras eso, me acerqué a su cama y le dí un cálido beso en la mejilla, para después abrir la puerta y marcharme por donde había venido, no sin antes dejar en el escritorio una nota:
Parecías tan tranquila... no quise despertarte. Asómate a tu escritorio, han venido los Reyes Magos por adelantado.
Un beso, Joaquín.