Me había enfundado el pantalón de chándal y la sudadera roja reglamentaria sin demasiada prisa, me había levantado temprano por equivocarme al programar el despertador y no había podido volver a conciliar el sueño. Salí de mi habitación sin despertar a mis compañeros y llegué al gimnasio. Como suponía, vacío. Pero al agudizar la vista pude distinguir que no estaba sólo: al parecer alguien había madrugado más que yo. Me acerqué y me senté junto a ella, parecía tan enfrascada en la lectura que no se dió cuenta, hasta que agaché la cabeza para poder leer el título del libro y exclamé:
-¡Me encanta! lo habré podido leer unas cien veces-sonreí dirigiendo mi mirada ahora hacia la chica.-Oh, eres tú, vaya-reí-volvemos a encontrarnos. Te prometo que esta vez no saldré corriendo-sonreí poniendo cara de niño inocente.